Nuestra percepción del mundo varía de acuerdo al estado de ánimo y de las circunstancias que atravesamos en un determinado momento. En este breve relato, Michele Mari conjuga fondo y forma para mostrar un día terrible en la vida de su protagonista. Un momento en el que las cosas no fluyen como deberían y en el que todo se vuelve tedioso e insoportable.
Tiempo estimado de lectura: 3 min.
El niño gordo subió pesadamente las grandes escaleras de la enorme escuela, después se apresuró hacia su lejanísima aula (pasillo interminable, aserrín suicida sobre sobre las baldosas mojadas, percheros afilados, varicosísimas venas sobre las jamonosas pantorrillas de las desagradables conserjes). Entró en la clase maloliente un momento antes de que el odiado maestro comenzara con el inquietantísimo examen, sin que ello le evitara una sospechosa ojeada de preconcebida reprimenda: y caminando entre los pupitres dobles, los hábiles chistes de los crueles compañeritos.
Por fin sentado, ¡uf!, el preocupado niño sacó de la pegajosa mochila los preciosos instrumentos ante la triste necesidad del terrible asunto: la masticada pluma que esperaba no perdiese tinta azulada en infamísimas manchas, la goma bicolor con encima un hermoso pelícano, la primera franja para el feo atormentado, la segunda franja para la bella azarosa. Después arrojó un singular suspiro de persona vieja, y esperando el temido título, observó a sus compañeros bastardos: frente a él la espalda encorvada del cerebrito Ranzani, los cabellos cortos que recordaban un glamoroso cepillo, el cuello obscenamente bronceado: a su izquierda esa bestia desagradable del pestilente Cifoni, apodado pega-pega; a la derecha el infeliz Vallazze, que todos los días jodía porque se le había muerto su huesuda madre, y que por este insólito hecho se permitía cualquier excesivo capricho en contra de sus desafortunados vecinos…
La irritante voz del severo maestro interrumpe su distraída contemplación dando rápido inicio al dictado de pesadilla, sus fuertes dedos sudados guiaron el tibio plástico de su única pluma sobre las rayas grisáceas de la correspondiente hoja. Aquí está, ahora debe afrontar el ingrato ejercicio, no más benévolas excusas por su penoso retraso.
El niño gordo recorre el largo pasillo blandiendo con las regordetas manos la hoja arrugada; sus bonitos ojos están llenos de aderezadas lágrimas, pero irritado como está por el juicio definitivo y por la amarga evidencia de la calificación fatal, él está alejadísimo de su propia e inconsciente belleza. Con la aguda escritura del maestro enfadado la calificación fatal tiene la forma perfecta de un insoportable 4, el juicio definitivo consiste en sólo dos palabras enmarcadas por signos de exclamación: ¡DEMASIADOS ADJETIVOS!
Gordinflón como un adorable bebito, el niño gordo baja melancólico las grandes, resbaladizas escaleras de la enorme escuela de insolente arquitectura fascista, ve un mundo sucio hecho de feas y presuntuosas personas deprimidas, ve las asquerosas banquetas llenas de vomitivos escupitajos amarillentos y de papeles voladores, de holgazanes manchas aplastadas hechas de colillas ya fumadas o de salivosos chicles escupidos, ve el claror grisáceo del cielo pluvial, lluvioso, lloviznoso reflejarse en los charcos llenos de lodo, la punta redonda de sus ridículos zapatos rojos agujerados espolvoreados de aserrín mojado que forma una costra sutil como de pan molido sobre escalopes, la hebilla oxidada de la pegajosa e incluso amada mochila dentro de la cual, junto a la pluma mordida y destapada y la áspera goma bicolor, yace olvidada una frágil merienda rellena de mermelada anaranjada y espesa. Muy espesa.
De: Euridice aveva un cane (1993)
Michele Mari (1955) Narrador, poeta, ensayista y dramaturgo. Su obra, en los diversos géneros, ha sido merecedora de diversos galardones. Entre sus libros más destacados se encuentran Euridice aveva un cane (1993) Tu, sanguinosa infanzia (1997) Leggenda privata (2017).
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.